Genealogías de Fontanarejo

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Génesis y evolución del apellido en España - página 5

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Génesis y evolución del apellido en España
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Por último, para cerrar el capítulo de lo correspondiente a esta época, quiero poner como ejemplo un caso concreto de hasta qué grado los personajes de los siglos XVII y XVIII solían complicar el uso de sus apellidos, y algunas veces se queda uno perplejo de cuáles pueden ser sus razones. En el siglo XVIII encuentro en Extremadura a un personaje que se llama así: Francisco Ramírez Ayllón Orellana López Moreno Izquierdo Velasco Fuentes Navarrete Garrido Serrano Lozano Romero Reales González García Díez Hernández y Sánchez. Las razones de esta enumeración, que las habría, se nos escapan totalmente, puesto que si el móvil hubiera sido la vanidad es lógico pensar que habría elegido unos apellidos más ilustres.


Y nos encontramos ya con el siglo XIX, referencia próxima de nuestro actual régimen legal de apellidos. El sistema constitucional dio al traste con la Monarquía absoluta, con la diferenciación de estados y con muchas cosas más volviendo el país del revés. Una de sus innovaciones fue la supresión de los mayorazgos, con lo cual todas las obligaciones de las que he hablado desaparecieron. Ciertamente que hubo más o menos resistencias pues las nuevas costumbres onomásticas no vinieron de la noche a la mañana; pero en menos de cincuenta años nos encontramos con una panorámica completamente distinta en cuanto al sistema de apellidarse de los españoles, que aunque algunos lo llamen tradicional no goza casi de un siglo de
existencia.


Efectivamente, la Ley de Registro Civil de 17 de junio 1870 establecía (articulo 48) que todos los españoles seríamos inscritos con nuestro nombre y los apellidos de los padres y de los abuelos paternos y maternos (9). La inclusión en el nuevo Código Penal de dicho año del delito de uso de nombre supuesto vino a consagrar como únicos apellidos utilizables los inscritos en el Registro Civil. Esta fórmula se consagró jurídicamente con la nueva redacción de la Ley de Registro Civil de 8 de junio de 1957, que dio carta de naturaleza a esta costumbre únicamente española, pues ni siquiera en Hispanoamérica rige, de utilizar los dos apellidos, paterno y materno, que según la propia normativa deben ir separados por la conjunción copulativa y, lo cual nunca se ha aplicado con rigor.


Es también a partir de esta fecha cuando todo cambio o unión de apellidos se deberá llevar a cabo mediante expediente instruido de forma reglamentaria ante el Ministerio de Justicia (10).


Con estas medidas se echaba abajo una tradición multisecular de libertad individual en la adopción de apellido y se obligaba a los españoles del momento a tener que optar por un apellido que seria a partir de entonces el de sus descendientes para siempre.


Es el momento de muchos abandonos de patronímicos, en un caso; de alcuñas, en otro; y curiosamente de la supresión en la mayoría de los casos, por razones de simplificación, de las preposiciones de que tradicionalmente antecedían a los toponímicos. Algunos quieren ver en esta supresión un afán democratizador, pero nada más ajeno a la realidad, pues en España, al contrario que en Francia o Alemania, la partícula de, no indica nobleza, sino procedencia y es por tanto una mera cuestión de sintaxis.


Curiosamente, también la ley autorizaba, contra nuestra costumbre tradicional, la inclusión de la partícula de cuando el apellido era un nombre de pila, para evitar confusiones. Así, por tanto, nuestro famoso escritor don Juan Manuel o nuestro ilustre marino Jorge Juan se hubieran podido llamar de haber vivido en esta época, Juan de Manuel o Jorge de Juan.


El abandono por entonces de este uso de la preposición de fue sucedido por la adopción también en este tiempo de la costumbre, no legal sino meramente social, de utilizar la mujer el apellido de su marido tras el suyo, con la misma preposición. Alguien ha escrito que ésta es una costumbre antigua catalana, pero no es exactamente así, porque lo que encontramos en los documentos catalanes de los siglos XVII y XVIII es la utilización por la mujer del apellido del marido en primer lugar y tras él el suyo propio. Por poner un ejemplo de hoy, no Marta Ferrusola de Pujol, como es el uso actual, sino Marta Pujol y Ferrusola, que sí era la costumbre catalana tradicional.


Como rápido colofón a todo lo dicho sobre la época actual, en la que no quiero insistir, pues es del conocimiento de todos, sí quiero referirme a la última reforma del Código Civil (11) que permite a cualquier ciudadano optar, al alcanzar su mayoría de edad, por el apellido paterno o materno. Ciertamente viene esta reforma a flexibilizar la rigidez impuesta en los últimos cien años, y, aunque haya escandalizado a muchos alguno de los casos más recientes, creo que no deja de ser una cierta vuelta a la tradición española, y me parece bien que se permita esta elección, especialmente cuando se trata de apellidos históricos que se encuentran en trance de extinción. Lo que ocurre es que no siempre los motivos son éstos, sino que puede tratarse de una mera cuestión de vanidad, y tal vez se debería haber arbitrado por parte de la Administración algún sistema, como ocurre en Francia, para que las personas que poseen un apellido puedan oponerse a su adopción por cualquier otra persona. Si no, podemos encontrarnos en un futuro no muy lejano, conque todas las encargadas de las relaciones públicas de boutiques, discotecas o casas de alta costura, puedan ostentar con pleno derecho el mismo apellido que nuestra Familia Real.


Y hablando de este último tema no quiero finalizar sin dedicar una breves palabras a los apellidos en la Casa Real.


Observamos en el momento presente como en los medios de comunicación existe una costumbre -a mi modo de ver excesiva- en citar con el apellido Borbón a los miembros de la Real Familia. Creo que este apellido, que aunque por motivos absurdos que sería muy prolijo relatar aquí, ostenta efectivamente nuestra dinastía desde el siglo pasado (12), debería quedar circunscrito en el uso vulgar a las personas que, aunque miembros de la estirpe, no formaran parte del núcleo oficial de la Casa Real. Razones hay muchas: La primera es que si el apellido tiene como base el distinguir unas personas de otras, esta razón hace superfluo su uso para la familia real. Basta decir el Rey, la Reina, el Príncipe, o la infanta doña tal o doña cual, para que todo el mundo sepa de quien se está tratando. La segunda es que su uso nos obliga a hablar de forma inexacta, pues cuando se oye decir a todas horas, el Príncipe don Felipe de Borbón, parece quererse decir que don Felipe ostenta un inexistente principado de Borbón y no el tradicional asturiano. La tercera es porque el uso en España de las palabras Borbones, borbónico, borbonear, etcétera, ha nacido con un ánimo desmitificador y republicanizante. El mismo que se emplea hoy entre los sectores autodenominados progresistas para secularizar al Sumo Pontífice llamándole Wojtila. La cuarta porque el uso de apellido por la Familia Real va contra la tradición no solo europea, sino incluso de la propia España. En Europa los miembros de las familias reinantes no tienen apellido, pese a que muchas veces se confunde el nombre usado para denominar a la dinastía, que a veces sirve también para apellidar a sus miembros que pierden sus derechos dinásticos, con el apellido de sus reyes o príncipes, que no existe.


Estas razones han provocado una lucha constante, afortunadamente perdida, para buscar a nuestra Reina un apellido. Porque los que así malgastan el tiempo, se niegan a aceptar que la Reina se apellida Grecia desde su nacimiento. Curioso es el razonamiento de un autor de nuestros días que por negarse a dar a la Reina el nombre de un estado como Grecia -y son sus palabras-, gusta denominar a Su Majestad con el de Schleswig Holstein, sin darse cuenta de que éste es igualmente un estado, aunque un poco más pequeño y dentro de la actual Alemania. Recordemos, para terminar, la indignación de la Reina Doña Cristina cuando se enteró de que su hijo Don Alfonso XIII había sido inscrito con el segundo apellido de Habsburgo Lorena. Invito a los curiosos a leer el documentado trabajo de Fernández de Béthencourt, en el que defendía el tradicional Austria como autentico apellido del Rey.


Yo, sin embargo, voy más allá, y creo que todas estas polémicas son inútiles, porque ¿realmente necesitaba Alfonso XIII tener un segundo apellido? O, en el momento presente, ¿añade algo a la identificación del Príncipe de Asturias el uso de apellidos?

 

NOTAS:


1.- Entre las mujeres observamos en estos tiempos dos costumbres curiosas cuya razón ignoramos, pero que la documentación conservada nos obliga a constatar. La primera es el uso de dos nombres por muchos de los personajes femeninos de la época, pero no como nombre compuesto, sino como apodo o cognomen. Así se expresa explícitamente en muchas ocasiones: domna Gontrodo cog nominara domna Urraca o Muniadomna cognomento domna Mayor. La segunda costumbre que observamos a veces es unir el tratamiento al nombre como sufijo, así: Muniadomna, Totadomna, etc.
2.- Algunos ejemplos: Didacus iBen Froila, Adaulfus iben David, Recemirus Ibn
December, Rapinatus Ibn Conantii, etc.
3.- Otras veces se usaba para indicar lo mismo la palabra prolis, es decir, Vermudus
prolis regís, o sea Vermudo hijo del Rey.
4.- Existen excepciones, por supuesto, pues no otra cosa son los apellidos Ozores, Aznares y Garcés, menos usados, no obstante, que los nombres de los que se derivan.
5.- Distinto es el caso de otros nombres que, pese a tener este mismo sentido ya arcaico en la España del siglo XIV, no pasaron sin embargo a cumplir esta función sino acompañando al auténtico nombre del linaje, así: Jordán de Urríes, Hurtado de Mendoza, Ladrón de Guevara, etc.
6.- La razón es evidente si observamos que en el mundo vasconavarro la variedad onomástica era mucho menor y que había que distinguir de alguna manera a los personajes.
7.- Debemos desautorizar, una vez más, el legendario origen con que se explica el nombre de los Girones y que se atribuyó a que su más remoto antepasado ofreció su caballo al Rey castellano en el momento de su huida del campo de batalla tras el desastre de Sagrajas. Dicho caballero habría cortado un jirón de la vestidura real para poder luego reclamar la recompensa por tan importante favor. Pero el primer Girón
aparece, llamándose así, cien años después de este episodio pretendidamente histórico, que no se remonta en su invención más allá del siglo XVI.
8.- Esto, sin embargo, fue variando con el tiempo y en el siglo XVIII empezamos ya a ver excepciones a lo que en su origen era norma absoluta.
9.- He de hacer la observación de que este uso de los apellidos paterno y materno no nació de la nada. Efectivamente ya era costumbre desde el siglo anterior el que los personajes utilizaran como sistema para distinguirse de sus homónimos el apellido materno en segundo lugar. Así. por poner un ejemplo, si en el siglo XVI se distinguía a dos personajes llamados Juan de Ulloa como el viejo y el mozo, o el de la plaza y el del castillo, en el siglo XVIII se empieza a utilizar para diferenciarlos su apellido materno, pero también con sus condiciones. Así, por ejemplo, no he encontrado en ningún caso la repetición del mismo apellido, aunque fuese el que correspondiera por ambos lados, paterno y materno; ni en el mismo sentido la utilización de dos patronímicos. Es decir, no conozco personajes de esta época llamados Ulloa y Ulloa, o García y López, por poner ejemplos.
10.- Ley de Registro Civil, artículo 64.
11.- Artículo 109: El hijo al alcanzar la mayor edad podrá solicitar que se altere el orden
de sus apellidos.
12.- En la casa real francesa se apellidaban de Francia los hijos del Rey y los del Delfín. Todos estos príncipes recibían desde su nacimiento un título que, a partir de entonces, servía para apellidar a sus descendientes por línea de varón. No es otro, por tanto, el origen de los apellidos Valois, Angulema, Borbón, Orleans, etc, ramas todas de la misma familia. Los hijos de Felipe V, que se apellidaba Francia como hijo del Delfín, se habrían apellidado, de haber permanecido franceses, Anjou, que era el nombre del Ducado que le había sido otorgado a su padre desde su nacimiento. No obstante, al ser Infantes de España, no usaron apéllido alguno. Cuando Felipe V subió al trono de España hubo que inventar un nombre para la nueva casa reinante, con el fin de distinguirla de la Casa de Austria, que había reinado anteriormente. Era lógico que en
España se huyera de toda denominación que implicara la mención del país vecino como Casa de Francia. Por ello y por razones meramente eruditas, se eligió la denominación de Casa de Borbón, motivada por haber pertenecido Enrique IV, primer Rey de esta línea, a la rama de los Capetos que usó este apellido hasta su ascensión al trono. Pero nadie crea por ello que éste era el apellido de Luis XIV, que no usaba ninguno, ni el de sus hijos legítimos que se apellidaban Francia, ni el de sus sobrinos cuyo apellido fue Orleans, como hijos de este Duque, pues solamente los bastardos reales se apellidaron de Bourbon. Tanto era esto así que cuando la Revolución Francesa destronó a Luis XVI y pasó éste a ser un simple ciudadano, hubo que buscarle un apellido, y al no poderle llamar Francia, por razones obvias, se le llamó Luis Capeto por el sobrenombre del fundador de la dinastía en el siglo IX, el Rey Hugo. Cuando surgen los vientos revolucionarios antimonárquicos, tanto en España como en Italia, se ponen de moda las denominaciones de Borbón, Borbones, borbónico, como forma de desmitificar y desacralizar a la familia real. Este término tiene tanto éxito en el lenguaje común del mundo político y diplomático que las mismas familias reales española e italianas toman el apellido Borbón, como si éste hubiera sido siempre el suyo propio. Podemos decir, por tanto, que este apellido de nuestra real familia es adoptado en el siglo XIX, pues antes sus miembros no usaron ninguno.



 
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